Algo que escucho con demasiada frecuencia en mi vida diaria es la expresión «¡no es normal!», refiriéndose a que algo no es apropiado, lógico, sano o inteligente. Esta expresión utilizada de este modo me resulta conflictiva (cuando no peligrosa) y quiero explicar por qué.
En el sentido estricto, el término «normal» es un término estadístico que hace referencia a cualquier cosa que está en su forma natural, o que sirve de norma o regla, o que por su naturaleza, forma o actitud, se ajusta a ciertas normas fijadas de antemano (RAE). En otras palabras, se trata de algo primordialmente numérico. Algo que cae razonablemente cerca de la media. Entonces ¿cómo comenzamos a usar el término «normal» para decir «moralmente aceptable», «sano», «inteligente» o «correcto»? Y, tal vez lo más importante, ¿por qué lo considero un problema?
El uso de la palabra «normal» para referirnos a «sano» o «aceptable» proviene de su importación de los modelos bio-médicos de ciencia. Aplicado a las ciencias naturales, un organismo (por ejemplo, una rana o un riñón) se considera normal cuando se comporta de un modo razonablemente similar a los demás miembros de su categoría y está bien adaptado al funcionamiento de un sistema (ecosistema en el ejemplo de la rana, sistema urinario para el del riñón). La normalidad implica la adaptación de los elementos que conforman un sistema natural y garantiza su balance y funcionamiento adecuado, por lo que decimos que tanto el elemento (la rana, el riñón), como el sistema, son sanos. En pocas palabras: Normal equivale a adaptado, que equivale a sano.
Ahora bien, ¿qué pasa cuando intentamos aplicar la misma lógica a un sistema, ya no biológico, sino social?
Podemos decir que si consideramos a una persona «normal» (su modo de actuar, sentir o pensar está cerca de la norma o de la mayoría), eso significa que dicha persona está adaptada al sistema en el que vive. Sin embargo, hasta ahí llega la analogía, ya que no podemos decir que una persona adaptada a su sistema es sana o hace sano al sistema. La razón es que un sistema humano, siendo social y no natural, funciona bajo reglas completamente diferentes debido a las estructuras de poder social. La rana o el riñón, al adaptarse a su sistema natural, aseguran el balance y la supervivencia del mismo. Cuando las personas nos adaptamos a nuestro sistema social, lo que hacemos es perpetuar el modo desigual en el que los recursos y el poder están distribuidos entre, por ejemplo, personas blancas y racializadas, hombres y mujeres, heterosexuales y no heterosexuales, quienes explotan y quienes sufren explotación, etc. Nuestros sistemas sociales, a diferencia de los sistemas naturales, se han formado sobre la base de siglos de desigualdad y luchas de poder. La sociedad global de hoy en día, a diferencia de los sistemas naturales, está muy lejos de ser justa, equilibrada o igualitaria.
¿Qué significa entonces para una persona ser «normal»?
Hoy en día ser «normal» (recordemos que hablamos en términos estadísticos y de adecuación a la sociedad) incluye conductas como consumir productos innecesarios sin pensar de dónde vienen ni qué prácticas de explotación o daño al planeta implican, desperdiciar agua, comida y otros recursos, dañar al medioambiente y a otras especies por entretenimiento o ignorar el sufrimiento. Todo esto (y más) es «normal», está adaptado al sistema en el que vivimos, pero definitivamente NO es sano, ni ético, ni correcto, ni inteligente.
Al utilizar el término «normal» como equivalente de sano, correcto, bueno o racional, automáticamente estamos creando su contraparte. Quien no es «normal» es insano, incorrecto, malo, irracional, etc. Al mismo tiempo creamos, sobre todo en las personas más jóvenes, una fobia a ser visto como no-normal, raro o inadaptado. Esto lleva a muchas personas a buscar desesperadamente la adaptación a sus grupos sociales, adecuando su conducta a lo que sea que la sociedad haga, perpetuando así, como antes mencioné, las estructuras de poder.
Es por todo lo anterior que la concepción cotidiana de la normalidad (como equivalente a sano, racional, bueno, etc.) me resulta peligrosa. Si nos convertimos en una especie de «policía de la adaptación», señalando y juzgando a toda persona que hable, sienta, actúe o viva de un modo diferente, lo que haremos es someterlas y someternos a las formas y estructuras establecidas y, al mismo tiempo, cerraremos las puertas a modos alternativos de ser y vivir que puedan llevar a un cambio.
Fuentes:
- Psicología, ideología y ciencia (Nestor Braunstein)
- Vigilar y Castigar (Michel Foucault)